“Creo que hoy me desperté con una idea
que puedo mantener durante más tiempo,
(veremos si en dos días no vuelvo todo atrás de vuelta)”
“Me gusta más el ésto es esto”
Dani Lorenzo. Conversación por Facebook.
Los recuerdos que tengo del mar son muchos y se mezclan con los
paisajes que imagino o vi en películas. De todas maneras, en todas esas
imágenes, hay algo que percibo casi igual: el cambio de temperatura del
cuerpo al mojar por primera vez los pies en el agua y el punto de vista
de la orilla hacia adentro del mar. Ninguna desde adentro del agua a la
costa. Esto fue lo primero que pensé cuando supe el título de la
muestra: entraralmar.
Me sorprendió la insistencia con la cual, aún sabiendo, confundía
entraralmar con entramar. Fue inevitable no buscar motivos y me acordé
de unas fotos de nudos de sal que compartí con Dani hace un tiempo. Eran
nudos marinos escultóricos que se exponían en una galería de Capital
Federal. También me hacían acordar a las minas de Wanda, pero eso no
viene al caso.
Hoy sigo pensando que esa delicada y silenciosa conexión fue quién
disparó la posibilidad de compartir el proceso de este trabajo y las
largas charlas e intercambios que tuvimos.
La primera vez que nos encontramos con Dani para hablar de su futura
muestra fue por Septiembre en un bar del centro de La Plata con el sol
entrando de costado, serían las cuatro de la tarde o por ahí. Me acuerdo
muy bien que hablamos largo y tendido del estado de enamoramiento y la
curaduría, de los rastis y la sal, del dibujo, de las libretas de hojas
lisas y del límite entre lo autobiográfico y la memoria colectiva. Tengo
la imagen muy nítida de salir del bar, empezar a caminar sin saber
adónde íbamos pero con la seguridad de que eso no era lo importante.
Algo transformaba la incertidumbre en certeza, una especie de seguridad del cuerpo.
Esa misma noche le escribí un mail por miedo a que algo se fugase.
Ocho mil rastis azules y muchas bolsas de sal marina se presentaban,
en los primeros diálogos con Dani, como dos materiales a simple vista
poco familiares entre sí, como dos universos en potencia que podrían
confluir a fuerza de algo que se desconoce.
Por momentos aquellos ladrillitos y la sal se transformaban en una
pregunta retórica acerca de la imposibilidad de poetizar o en la
sensación que la poesía puede tener desvíos y que en ellos hay cosas que
se escapan.
Una vez más algo transformaba la incertidumbre en certeza modificando
las primeras imágenes y recuerdos del mar en un lugar
desterritorializado y en movimiento.
El último encuentro que tuvimos con Dani fue unos días antes de que
yo tuviera que viajar al mar. Nos vimos en casa una mañana de Noviembre.
Para ese entonces la incertidumbre cierta ya había cobrado forma y
espacio, y las palabras empezarían a viajar entre el silencio, la
entrega y lo compartido. Casi al final de la charla hablamos del género
diario íntimo y su reivindicación ante el poco crédito literario que
tiene.
Sonreímos con empatía.
Creo que así como aquella primera conexión silenciosa de los nudos de
sal apareció navegando (ahora mismo me estoy enterando que eran
piedras); hoy, en este otro desayuno viajero, aparece ante mí un
arquitecto con quien tomo un café y comparto mis inquietudes acerca de
los dos materiales en apariencia poco familiares, de la escritura, la
poesía y de la iglesia de sal que aparece en el folleto turístico.
Miro el reloj, debo mandar este texto por mail, los finales siempre me
resultan difíciles, pienso. En ese mismo momento escucho: “Tanto un
material como el otro tienen un factor común en su modulación, si bien
uno es orgánico y el otro rígido, ambos están compuestos por la misma
geometría. Al romperse, por ejemplo, un material como el ladrillo se
acomoda de tal manera que sigue manteniendo su fuerza y la sal, cada
grano o cristal de sal se acomoda con el otro para poder armar una
forma”.
A veces las incertidumbres parecen ser tan sólo un lugar que aún no se ha visto. Como el punto de vista desde adentro del mar.
Texto de Guillermina Mongan